Definir a principios de la segunda década del siglo XXI lo contemporáneo supone una clara voluntad de superación de toda forma de exclusión para reclamar una presencia en un mundo del arte que se expanda a través del globo, desafiando antiguas fronteras geográficas y reivindicando narrativas de lugar y de desplazamiento, es decir, nuevas prácticas culturales que transfiguran las relaciones entre lo global y lo local y articulan el discurso de la diferencia. Las dimensiones temporales y las experiencias relacionales aportan nuevas cuestiones para la producción y diseminación artísticas. Y, como afirma Nikos Papastergiadis, el “coda” para el artista contemporáneo queda definido por el deseo de estar “en” lo contemporáneo más que de producir una elevada respuesta “a” lo cotidiano. Estar en el lugar del “aquí” y el “ahora”, trabajar con otros en una práctica simultánea y concreta, contemplar la realización del trabajo en la experiencia de la conexión significan elevar el valor del aspecto “performativo” de la práctica y desplazar el papel reflexivo de la producción cultural.
en esta nueva redistribución de los lugares en los que lo que cuenta son las nuevas narrativas de movilidad y diferencia son muy pertinentes las teorías de Arjun Appadurai sobre “los paisajes étnicos”, el paisaje no tanto de las comunidades estables sino de las personas que constituyen el cambiante mundo en que vivimos: turistas, inmigrantes, refugiados, exiliados, trabajadores invitados, así como otros grupos o individuos en movimiento constante. En efecto, Appadurai se vale del término ethnoscapes (en lugar de landscapes) en la medida en que lo “primordial” ‒idioma, color de la piel, el barrio o las relaciones de parentesco‒se “globaliza”. Lo que equivale a hablar de una extensión de los sentimientos de intimidad y pertenencia en espacios vastos e irregulares que convierten la cuestión de la identidad, que “una vez supo estar contenida en la lámpara de la localidad”, en una fuerza global, “deslizándose a través de las rajaduras de los Estados y las fronteras”. Tal como sostiene Appadurai, en la medida en que los grupos migran, se reagrupan en nuevos lugares, reconstruyen sus historias y reconfiguran sus proyectos étnicos, lo etnode la etnografíaadquiere una cualidad resbaladiza y no localizada, hasta el punto de que los nuevos paisajes de identidades de grupo ‒los “paisajes étnicos” o ethnoscapes‒dejan de ser objetos antropológicos familiares al perder su anclaje a un territorio y circunscripción a ciertos límites espaciales, y cobra sentido la dinámica cultural de lo que se ha denominado “desterritorialización”; un término acuñado inicialmente por Deleuze y Guattari que se aplica a los grupos étnicos que trascienden las fronteras territoriales específicas y las identidades. Según estos filósofos, la clasificación tradicional entre sujeto y objeto ofrece una no precisa aproximación al pensamiento y debería ser sustituida por la clasificación tierra/territorio, con los conceptos subsidiarios de “líneas de fuga” (que provocan el movimiento y abren las brechas en el territorio posibilitando una DT pura) y los “agenciamientos” (unidad mínima de la realidad y elementos en movimiento).